miércoles, 9 de julio de 2008

El hombre que fue jueves, de Gilbert K. Chesterton



Una desconcertante fábula moderna en la que los personajes se desdoblan continuamente, y no sin humor, hacia sus más inconfesables miedos. Gabriel Syme, el protagonista del relato, aparece un día por Saffron Park y se encuentra con Lucian Gregory, un falso anarquista de cabellos encendidos que perora a la manera de los profetas bíblicos en medio de la burla general. Sin embargo, ese falso anarquista resulta ser un verdadero anarquista que, herido en su orgullo por las dudas de Syme, decide enseñarle las entrañas mismas de la inmensa organización criminal, previa promesa de no revelar nada a nadie, y mucho menos a la policía, de lo que aquella noche vea. Entonces Syme, después de prometer lo anterior, exige a su vez que la promesa sea mutua y acto seguido, revela ser un policía de Scotland Yard, que por esa misma promesa se ve incapacitado para solicitar ayuda, pero también está resguardado y nadie sabrá que él es policía. De esta manera se ve envuelto en una serie de eventos, varios de ellos provocados por él mismo, que desembocarán en su nombramiento como uno de los jefes principales dentro de la organización. Siete son los días de la semana y siete los puestos de los anarquistas más importantes, que toman sus nombres precisamente de los días, incluido el inefable "Domingo", jefe principal, y ancho y gordo como sólo lo puede ser el mundo o el universo.
Chesterton nos coloca varias trampas en esta novela: una de ellas (quizá la primera) es hacernos creer que estamos ante una trama policiaca, porque si bien es cierto que existe un misterio, éste se deriva más hacia el plano de las ideas, hacia una lucha alegórica entre el orden y el caos que se disuelve en cuanto ambos bandos resultan indistinguibles, todo en medio de un ambiente burlesco del que Syme, el "Jueves", sólo se librará al final. Todos los anarquistas, uno tras otro, van revelando que en realidad pertenecen a la policía, incluso el Domingo, quien guiará a los seis integrantes de la farsa rumbo a una última representación, en la que saldrá a relucir la esencia de cada uno a partir de su propio disfraz, y que finalmente desembocará en una fantasmagoría: en el ambiguo despertar de un sueño.