martes, 2 de marzo de 2010

Ferdydurke, de Witold Gombrowicz

Más semejante a un caldero fáustico que a una novela, Ferdydurke, de 1937, es el segundo libro del genial Witold Gombrowicz, en el que, a través de Joseph Kowalski, nos muestra unas grotescas “memorias” en las que además desarrolla una serie de reflexiones sobre el arte, la vida, las costumbres y la política de Polonia mediante una contraposición entre la juventud (lo informe) y la madurez (la forma). Y pese a la gran dificultad de sobrevolar un libro como éste, intentaré hacer un mapa general.


Ferdydurke está conformado por tres partes esenciales y un par de pequeños relatos con todo y prefacio que en apariencia nada tienen que ver con el cuerpo total de la novela, pero que sirven como puntos teóricos que enlazan las tres partes del libro: “Filifor forrado de niño”, en cuyo prefacio están las más corrosivas reflexiones que yo haya visto nunca acerca de esos “mediocres” que abundan en cualquier disciplina artística, pero en especial en la literatura; y “Filimor forrado de niño” cuyo punto neurálgico versa sobre un tópico al que Gombrowicz regresará en obras posteriores: la pesada solemnidad de las obras maestras, su ser grandes sin remedio. En cuanto a la novela en sí, este sería un pálido esbozo de su esqueleto:


Durante una noche terrible, el treintañero Joseph comienza a sentir una serie de malestares en la identidad, semejantes a los padecidos en su adolescencia. Y a la mañana siguiente, durante el desayuno, con el pretexto de darle el pésame por una tía de la que Joseph no se acordaba, de pronto aparece Pimko, un viejo profesor lleno de solemnidad, el cual lo “empequeñece” con la mirada, hasta convertirlo en un ser de 16 años. De esa forma lo obliga a asistir al colegio en el que da sus clases, y donde Joseph tendrá que ser testigo de la forma en que los jóvenes quieren ser maduros para escapar a la indulgencia de los mayores, sin importar las atroces perversiones lingüísticas que usarán para ello. Sin embargo, no logran escapar de su “inocencia” pese a no ser inocentes, e incluso dos de ellos (Sifón, conforme con la inocencia, y Polilla, deseoso de la indecencia) se retan en una cruel batalla de muecas, en la cual el vencedor resulta vencido y el vencido se alza como vencedor, hasta que de pronto aparece Pimko llenándolo todo con su solemnidad.


Así pues, Pimko interrumpe la feroz batalla de las muecas y le comunica a Joseph que ha alquilado una habitación para él en casa de los Juventones, una familia que enarbola los ideales de la modernidad. Allí Joseph se encontrará con la indiferente y hermosa Zutka, la Colegiala, con lo cual Pimko cree que curará sus poses de adulto y lo encerrará definitivamente en la juventud. Y de hecho, casi lo logra, pero cuando Joseph está más desamparado que nunca, cuando incluso siente que el amor lo está arrastrando a la perdición, idea una estratagema para librarse de un golpe de todos ellos, pero sobre todo de la impasible belleza de la Colegiala: cita por la noche a un adolescente y al viejo Pimko en la habitación de Zutka. Y también pide a un vagabundo que se quede inmóvil en el jardín durante varias horas con el desquiciado detalle de una ramita verde entre los dientes. Joseph dirige maquiavélicamente las confusiones en la habitación de la Colegiala desde lo erótico hacia lo asqueroso, hasta que toda la familia Juventona y el propio Pimko terminan enredados en un montón reptante de carne humana. Gracias a eso Joseph podrá escapar hacia el campo junto con Polilla, que sueña con fraternizar con el campesino.


De este modo se aventuran en busca del hombre común, el campesino, con quien Polilla confía que encontrará la verdadera identidad. Y caminan más allá de los suburbios, caminan hasta el campo y los bosques, en busca del peón, del campesino. Y al encontrarlos finalmente, se ganan su desconfianza cuando Polilla intenta ser su igual. Entonces empiezan a atacarlos y casi los devoran como perros, mas de pronto aparece el coche de una tía de Joseph, la cual los lleva a su mansión. No obstante, allí Polilla sigue intentando fraternizar con los peones, en este caso con la servidumbre, al grado que, después de la cena, convence a uno de ellos de que lo abofetee en compensación de las bofetadas que ellos reciben, con lo que genera un peligroso desequilibrio en la mansión. Los peones empiezan a considerar chiflados a sus aristócratas amos y un germen de atrevimiento se siente en el aire. Los señores, excitados y nerviosos, planean un contraataque contra la servidumbre para restablecer el orden: despidos, bofetadas y acaso disparos al aire con pistolas. Joseph convence a Polilla de huir a Varsovia con todo y el peón abofeteador, antes de que se desate la locura. Pero entonces Joseph duda: ¿cometer la gigantesca estupidez de raptar a un peón? Preferiría raptar a su prima Isabel, maduramente, con el pretexto del amor. Un rapto viril antes que el rapto infantil de un peón. Y en medio del rapto del peón, las cosas se precipitan cuando se aparecen en la misma habitación oscura sus familiares, Polilla, toda la servidumbre. Y finalmente se mezclarán en una alharaca infernal de bofetadas, pero Joseph conseguirá huir y raptará rápidamente a Isabel para hacer creer al mundo, y a sí mismo, que ha efectuado un acto de madurez, de normalidad…

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