viernes, 28 de enero de 2011

Estación Tula, de David Toscana



Es la segunda novela de David Toscana, de 1995. En ella existe un juego metaficcional en el que tres personajes (Froylán Gómez, Juan Capistrán y el propio David Toscana) van tejiendo la historia de Tula, un pueblo perdido en el desierto al norte de México que comienza su decadencia cuando se decide que la ruta ferrocarrilera no habrá de pasar por allí. Los hilos van a partir de un amor imposible que se habrá de heredar (el de Juan por Carmen, en Tula, heredado más tarde a Froylán y su necesidad de una Carmen imaginaria), y del sueño de huir de la cotidianidad de un trabajo mediocre para acariciar el sueño de ser escritor, compartido por Froylán y acaso un guiño biográfico de Toscana.

Al mismo tiempo, la novela es una reflexión acerca del acto de escribir, sus posibles motivaciones, la imposibilidad de compartir esa insensata necesidad:

«Yo quería tiempo para escribir una novela; una novela de la que aún no tengo idea. Por eso me la paso escribiendo estas líneas sin sentido, con la esperanza de encontrar en ellas una posible trama o, al menos, para sostener una escritura diaria, una supuesta disciplina de amanuense.
Quería huir de mis compañeros que decían “A mí también me gusta la literatura”, y me llenaban el escritorio con acrósticos, desideratas y pensamientos de amor. “Mira, este está muy bien” Y se ponía a leer: “Si amas algo déjalo libre…”»

Juan Capistrán hace posible el sueño de Froylán al pedirle que escriba su biografía. De esta manera se pone en marcha un juego de perspectivas acerca de la “Verdad” de la escritura: ¿se debe ser fiel a los acontecimientos? ¿Acaso el que paga es el que decide cuál es la verdad? ¿O es el escritor quien decreta la mejor verdad posible para sus textos?

Estación Tula conserva y mejora ciertos elementos que nacen desde la primera novela de David Toscana Las bicicletas (1992), como el pueblo-personaje, aunque en este caso el juego con el tiempo y el espacio sea más complejo; el humor, los giros inesperados, y el lenguaje, que estará mucho más depurado. Es la primera gran obra de Toscana y es apenas su segundo libro. Se nota la temprana consagración de un estilo, ya que mediante una exploración meticulosa del lenguaje y la estructura, logra hacer del ascenso y caída de un pueblo un hecho casi mítico, legendario; se ponen en marcha la historia, la imaginación, la oralidad, la memoria.

En las diversas capas de la novela, destaca la historia de Froylán con su esposa Patricia, que es también el relato de la indecisión entre seguir un ideal (en pos de la ficticia Carmen) o permanecer aletargado en medio de la feliz monotonía del matrimonio. Juan Capistrán fracasa en el amor, e induce a Froylán para que busque a Carmen, y además, se obligue a no estar con ella, a tenerla como un ideal.

Al mismo tiempo, durante la novela, asistimos al proceso creativo del escritor, a sus dudas ante ciertas frases, al uso de la imaginación para atar algunos “cabos sueltos”, al vislumbre de varios finales, aunque el tercero y definitivo no se nos revelará abiertamente.

La muerte de Tula precipitará también el final de la novela, ya que los habitantes huyen de la soledad en que el pueblo quedará sumido al ser olvidado de los itinerarios de las vías férreas. Carmen huye de Tula y Juan la perderá para siempre, y como una extraña coincidencia, a partir de ese momento quedará tullido. Froylán está cada vez más confundido con su futuro, no quiere perder a su Carmen imaginaria ni tampoco separarse de Patricia, y buscará desesperadamente algo inusitado que le ayude a tomar una decisión. Así, la llegada del huracán a Monterrey servirá para que él desaparezca sin que se sepa a ciencia cierta si murió o si huyó con su Carmen quimérica. Y completando el círculo de la novela, a partir de ese hecho nacerá la historia para Toscana, porque Patricia encuentra los textos de Froylán y cree que en ellos reside una pista acerca de su misteriosa desaparición, cosa que Toscana buscará descifrar con la escritura de Estación Tula.