lunes, 17 de septiembre de 2012

La patria de la electricidad y otros relatos, de Andréi Platónov




No hay manera de entrar al mundo de Andréi Platónov (1899-1951) sin hacer una obligada referencia a la censura que sufrió su obra durante más de cincuenta años en la entonces Unión Soviética. Censura que le impidió un merecido lugar entre los escritores clásicos pero que lo dejó en el nicho de los escritores de culto, de quienes se suele hablar entre susurros admirativos por todos los padecimientos que tuvo que soportar. La patria de la electricidad y otros relatos, que Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores han editado con 19 relatos escritos en diversos momentos de su vida, es un abanico que muestra los temas recurrentes en la obra de Platónov: las utopías, los sueños que parecían acudir en bandadas con el nuevo régimen comunista y su realidad poco o nada ideal, la sencillez y la "pureza" del alma del campesino ruso, las vidas trágicas con alguna reivindicación de mayores o menores vuelos, el sacrificio personal para el beneficio común, o esos personajes que apenas se notan en la cotidianidad debido a su sencillez y humildad, pero que podrían ser vitales para que la sociedad no quede atrapada en un remolino de odios y locura estéril. El volumen contiene además un prólogo-panegírico de Natalia Kornienko y un apéndice con varias fotografías, cartas y documentos que otorgan un ángulo distinto a la vida y obra de Andréi Platónovich Kliméntov, mejor conocido como Andréi Platónov.

El estilo de los relatos, tan alejado de las corrientes de moda según muchos, serpentea a través de una extraña gama de matices: discurre desde el drama épico, no muy lejano de Tolstoi, como en “Yushka” la historia casi proverbial de un hombre incapaz de hacer ningún mal a nadie, silencioso y obediente y por ello mismo objeto de escarnio del pueblo entero, tanto de niños como de adultos y ancianos, que descargaban en Yushka la impotencia que la vida les servía a plato lleno; o en “Tormenta de julio” que describe el viaje épico de un par de niños a la casa de la abuela, a través de una furiosa tormenta que los sorprende en medio de un campo de centeno. Pero también muestra personajes desheredados, en ocasiones niños, que son rescatados en algunos casos por la revolución socialista, e incluso está la sátira irreverente, emparentada con el mejor Gógol, como en “Una casa de adobe en un jardín provincial”, pero en especial en “Las dudas de Makar”, relato este último que causara escozor en los años 1929 y 1930, a tal grado que poco a poco se convertiría en una de las principales razones para que Platónov fuera incluido en el selecto grupo de los escritores non gratos a Stalin, y por ende, al comunismo soviético.

¿Y cuál era el gran pecado de "Las dudas de Makar"? Sus dudas, precisamente. La alusión a la "gran inteligencia" de los funcionarios soviéticos, en particular Chumovói, que bien podría sugerir al propio Stalin, y el contrapunto con la insoluble “ignorancia” burocrática de Makar a pesar de ser un hombre de ciencia, que siempre busca "hacer", a través de la técnica, cosas que podrían servir al grueso de la gente. Makar decide ir a Moscú, en donde deben vivir los camaradas más inteligentes y donde, guiado por un sujeto astuto llamado Piotr, acude al manicomio para ser obsequiado con una gran comilona, tras la cual ambos planean acudir a las oficinas centrales del estado, en donde obtendrán el poder sobre los escribanos viles y deprimentes, ya que ellos han logrado lo que pocos: recopilar la inteligencia para resolver los problemas comunes de los ciudadanos comunes…

Un rasgo muy singular que me llamó la atención (aunque si pensamos que Platónov ejercía de ingeniero agrónomo como una actividad mucho más elevada en su vida que la literatura, todo se explicaría en cierto sentido): en buena parte de los relatos se respira un extraño e inusual amor por las máquinas, en las descripciones muchas veces lucen como seres vivos o personajes, lo cual me hizo pensar que no recuerdo a ningún escritor que hable con tanta sensibilidad de las máquinas, derivando de ello metáforas que, cosa curiosa, no lucen frías o forzadas, sino que elevan la imagen científica hacia una luz inesperadamente humana y cálida.

Así, La patria de la electricidad y otros relatos (cuyo feo título me hacía imaginar una caterva de líneas áridas y desafortunadas) es un atisbo inmejorable hacia los territorios desconocidos y fulgurantes de Andréi Platónov, quien al parecer irá recibiendo finalmente, después de más de medio siglo de obligado silencio, el reconocimiento mundial, ése que la inmortalidad otorga sólo a los más grandes.