miércoles, 21 de noviembre de 2012

Vámonos con Pancho Villa, de Rafael F. Muñoz


Son pocas las obras que han logrado sobresalir de entre la muchedumbre de «novelas» nacidas de la Revolución mexicana, en particular por el tufo de heroísmo barato o de aleccionadoras moralejas que suele emanar de ellas. No es ése el caso de Vámonos con Pancho Villa, de Rafael F. Muñoz, que sin exageraciones ni temores, puede ser considerada como una obra maestra del género. Los seis Leones de San Pablo, el grupo al que iremos siguiendo las huellas, serán el hilo conductor de esta novela "basada en hechos reales", aunque los hechos, dispersos en momentos y hombres distintos, estén aglomerados sólo en este grupo de soldados villistas, esto a decir del propio Rafael F. Muñoz.

La novela arranca en la época más gloriosa del legendario general Francisco Villa, cuando logró dominar buena parte del norte del país hasta la región lagunera gracias a la toma de casi todo el estado de Chihuahua, las ciudades de Durango, Torreón y Gómez Palacio; y poco después la de Zacatecas, con lo que lograría deponer a Victoriano Huerta y entrar a la historia mexicana por la puerta grande. Sin embargo, la novela no sigue los pasos de Villa –harto conocidos entre historiadores y leyendas populares– sino de un puñado de soldados «desconocidos» que se autodenominan los Leones de San Pablo, y que son Miguel Ángel del Toro, un adolescente a quien apodan "Becerrillo", Tiburcio Maya, Melitón Botello, el manco Martín Espinosa, Máximo y Rodrigo Perea. Ellos son la encarnación del soldado villista: esa especie de argamasa poco comprensible para muchos en la que confluyen la valentía, la hermandad, la fidelidad –no a un hombre, por más legendario que sea, sino a una suerte de brumosa ideología– y la hombría a prueba de todo.

Sin embargo, poco antes del pináculo en la carrera de Villa, que llegará con la Batalla de Zacatecas, Tiburcio Maya habrá visto morir a todos los hombres de su grupo en circunstancias heróicas, absurdas, trágicas o patéticas, como sucede antes de que decida abandonar las huestes villistas: cuando el último de los Perea enferma de viruela y, obligado por el inmisericorde general Tomás Urbina, debe quemarlo vivo para evitar un contagio que sería fatal para la División del Norte. Entonces, más que la muerte de su amigo, lo que lo aleja de la Revolución es el gesto de Villa, normalmente incapaz de sentir temor: un extraño miedo a que Maya sea el fatal portador del virus de la viruela.

Un par de años después, el destino ha dado un giro total: de la grandeza producida por las victorias de 1914, ahora el general Villa y sus hombres viven a salto de mata, escondiéndose como animales de sus cazadores carrancistas. Vemos entonces al viejo Tiburcio Maya como un campesino que vive con su familia. Secretamente aún espera el llamado de los villistas: "Vámonos con Pancho Villa", tal como él mismo convocara años atrás a los que más tarde serían los Leones de San Pablo, y al poco tiempo, de hecho lo encuentra en sus tierras el Centauro del Norte en persona, y le pide lo que ya estaba esperando: que se le una para hacer realidad una "lucha sagrada". Pero Maya no puede irse así como así, su esposa y sus dos hijos dependen de él por entero, y así se lo hace saber a Pancho Villa, quien resuelve el dilema de Tiburcio Maya de una forma sencilla y atroz: asesinando a su mujer e hija con dos tiros certeros, para que de esta manera ya no se preocupe por lo que será de ellas.

Y así, acompañado por su hijo y por algunos cientos de hombres, Maya se dirige a la más vesánica de las aventuras de Villa: el ataque al mísero pueblo de Columbus, E. U., en donde dos veces él y su hijo le salvarán la vida, y con la posterior consecuencia de una feroz cacería estadounidense, encabezada por el general Pershing; cacería infructuosa que abarcará un buen trozo del territorio chihuahuense, que Villa conoce a la perfección, y en el que puede desaparecer como lo hace el humo con las ventoleras. Sin embargo, Villa sólo será un personaje secundario, y los conflictos los llevará a cuestas Tiburcio Maya, conflictos que aún hoy podrían ser inflamantes en una discusión acerca de moral y ética: ¿por qué su inexplicable fidelidad a ese hombre que asesinó a sangre fría a su familia? ¿Por qué ante los cuestionamientos del oficial estadounidense a esa misma fidelidad, él sólo se limita a decir que "no traicionaría jamás a Villa"? Y su muerte, inevitable, terrible y poética a la vez, surgida tras el martirio, ¿cómo dota de sentido a la novela como una totalidad? Preguntas todas ellas que quizás carezcan de respuesta, ya que en su enigma reposa acaso el carácter magnánimo de Vámonos con Pancho Villa, de Rafael F. Muñoz...