jueves, 7 de noviembre de 2013

La noche de San Juan, de Mircea Eliade



La noche de San Juan (Noaptea de Sânziene, 1955)

La tarde del 23 de junio de 1936 Stefan Viziru se sentirá inexplicablemente llamado por el bosque de Baneasa, ubicado en las cercanías de Bucarest. Él sabe que desde tiempos ancestrales la noche del solsticio de verano se ha asociado con una mágica “apertura de los cielos”, con fenómenos inexplicables que sólo pueden ser vistos por personas que sepan leer ciertas señales escondidas en los pliegues más anodinos de la cotidianidad. Así que no se siente del todo sorprendido cuando se encuentra a Ileana Sideri, a quien, sin embargo, asociará con un automóvil que a la media noche desaparecerá sin dejar el menor rastro. El problema es que Ileana no tiene ningún coche y, por otra parte, aunque ambos se sienten atraídos sin remedio, les cuesta aceptar que podrían estar predestinados el uno para el otro. Sobre todo si pensamos que Stefan está casado con Ioana, de quien se enamoró años antes debido a una extraña casualidad: el inquietante parecido físico que tiene con Ciru Partenie, el escritor más laureado de esa hipotética Rumania, y con quien se asemeja no sólo en lo físico, sino también en la edad, e inclusive en cierto elemento «esotérico». Con el paso de los años —doce, para ser exactos— tanto en Rumania como en la vida de Stefan, se atravesarán acontecimientos sociales e históricos (el movimiento fascista de la Guardia de Hierro, la torpe alianza con la Alemania nazi, la Segunda Guerra Mundial, la ocupación comunista) que los llevarán hacia rumbos inesperados, hasta que, en París, durante la noche de San Juan de 1948 y en un bosque similar al de Baneasa, el desfile de coincidencias y señales que Stefan encontraba por doquier finalmente cerrará el ciclo de su existencia.

En la novela existen un sinfín de veredas que se desprenden de la trama principal. Los juegos de identidad entre Stefan y Partenie, que le significan al primero algunos de los episodios más importantes de su vida, a la vez que tener la sensación de ser una especie de intruso en la vida tanto de Ioana como de Partenie (ellos estaban comprometidos y un día ella los confunde; poco después cambiará de opinión y se quedará con Stefan), lo cual se materializa en la pregunta del porqué se habrá atravesado en el destino de ellos, sin encontrar jamás una respuesta satisfactoria. Pero la realidad es que ambos se influyen mutuamente: Stefan parece estar en una posición menos protagónica con respecto a Partenie, que es una celebridad, y sin embargo él le “quita” a su prometida y además propiciará involuntariamente su muerte: en alguna ocasión ayuda a un  rebelde legionario, episodio por el cual estará preso varias semanas y, tiempo después, ese mismo legionario confundirá a Partenie con Stefan, le pedirá ayuda, y ambos quedarán atrapados en una balacera con la policía leal al gobierno.

Ileana es el ciclo, el motivo principal de su vida. Y él intuye de inmediato que podría enamorarse de ella… de no estar casado con Ioana, a quien está seguro de amar. Sin embargo, a Ileana le cuenta todo aquello que no le dice a Ioana: la habitación secreta, sus más inconfesables obsesiones, aquella extraña imagen del auto de Ileana que habrá de desaparecer a media noche, y que lo perseguirá recurrentemente como una señal indescifrable. Se verán apenas 3 o 4 veces al año, durante varios años, y con ello bastará para que ambos sospechen en el otro al amor de su vida. Pero Stefan no se sentiría satisfecho con una típica historia de adulterio: cree que si acaso ama a Ioana e Ileana en la misma medida es por algo distinto, algo que tendría que ser especial. Espera algo durante esos doce años, sin saber que lo que espera es su propia muerte al lado de Ileana. Que cuando la conoció, en la noche de San Juan de 1936, lo que vio, además del amor de su vida, fue el coche en el que moriría con ella. Se atravesarán muchos años, la prisión para él, viajes, encuentros esporádicos, la segunda Gran Guerra, la ocupación soviética y el gran desencuentro de Lisboa, cuando parecía que se convertirían en amantes, dando forma precisamente al adulterio que Stefan quería evitar a toda costa. Entonces Ileana y Stefan se separarán, ambos creyendo que para siempre. Y poco después la vida le obsequiará un duro golpe: un bombardeo norteamericano acabará con la vida de Ioana y de su hijo, y entonces se dará cuenta de cuánto amaba realmente a su esposa, con quien soñará incansablemente con el detalle de no poder recordar ninguna palabra de ella.

Los conceptos míticos, filosóficos y religiosos, característicos en el discurrir de Mircea Eliade, se despliegan en la novela en boca de varios personajes, aunque también en su propio accionar. La paridad entre los destinos históricos de Rumania y de Stefan, por ejemplo, se puede traducir en la obsesión de Stefan por escapar del tiempo histórico y acceder a una especie de tiempo cósmico, algo que permanecerá a lo largo de la novela y servirá como motor para gran parte de sus decisiones. El filosófico Biris y su destino de afrontar el martirio pese a confesarse a sí mismo su propia cobardía, sería otro ejemplo, o también, la incurable mediocridad de Bibicescu, plagiario de Partenie y, sin embargo, capaz de dar forma a la obra inalcanzable del propio Partenie: tomar un mito arcaico y llevarlo hasta las últimas consecuencias de la creación artística con un trasfondo totalmente histórico y realista, lo que la volvería una obra sólo superada, quizás, por Shakespeare.

Si quisiéramos deshacer la trenza de la novela, los diferentes cabos serían: la historia de amor a cuatro bandas entre Partenie, Ioana, Stefan e Ileana; los acontecimientos objetivos y sociales de Rumania, de cuyo ministerio de economía Stefan es un personaje importante; y, finalmente, las historias paralelas de Vadastra y Biris, este último amigo cercano de Stefan. De estas tres historias principales se desprenden veredas con personajes de menor protagonismo, como Bibicescu, Catalina, Gheorghe Vasile, Irina, etc., quienes sin embargo fungirán como los necesarios contrapuntos en la sinfonía completa de La noche de San Juan.

Finalmente: el desamparo que refleja Eliade en boca de Biris frente a la ocupación soviética, la manera en que culpa a los estadounidenses, ingleses y franceses por poner a Rumania (entre otras naciones en su misma situación) como capital negociable ante las ambiciones de los soviéticos al finalizar la Segunda Guerra Mundial. También el aire «épico» que se respira en la novela, algo que sólo había encontrado en obras como Guerra y Paz de Tolstoi, o Los hermanos Karamazov de Dostoievski, El maestro y Margarita de Bulgakov, Doctor Shivago de Pasternak o La montaña mágica de Thomas Mann, lo que me hizo pensar que La noche de San Juan pertenece a la estirpe de las novelas "totales". Por último, el cierre del ciclo: pocas veces el desenlace de una novela me ha conmovido tanto, y debo decir que lo leí y lo releí varias veces, sin dar crédito a la belleza y al paso mágico del novelista, que supo crear un ciclo perfecto en el que caben el amor, la alegría, la guerra, la amistad, el odio, la falsedad, la filosofía, la tristeza, la moral, el destino, la patria, la política, la fe, y entonces regresé a la realidad con la vista enturbiada por un aditamento que muy pocas novelas han logrado producir en mí: lágrimas en los ojos. Muchas.