lunes, 7 de abril de 2014

Manuscrito encontrado en Zaragoza (versión de 1810), de Jan Potocki



Manuscrito encontrado en Zaragoza (Manuscrit trouvé à Saragosse), de Jan Potocki

La anécdota principal puede ser muy conocida: tras el sitio de las tropas de Napoleón a la ciudad de Zaragoza, un oficial francés encuentra varios cuadernos manuscritos en una casa abandonada. Poco después resulta capturado por el ejército español, y cuando cree que ha llegado su última hora, uno de los oficiales se percata del manuscrito y le agradece que lo haya conservado, ya que al parecer perteneció a uno de sus antepasados. El oficial francés será tratado con gran amabilidad y le pedirá al español que le traduzca el contenido de los cuadernos para enterarse él mismo de lo narrado en el manuscrito. De esta manera saldrán a la luz las peripecias del joven Alfonso van Worden, oficial de la guardia Valona, quien buscaba arribar a Madrid desde Andalucía para ponerse al servicio del rey de España. Sin embargo, al tratar de cruzar la Sierra Morena, experimentará una serie de extraños acontecimientos, como la desaparición de sus dos criados con las bestias de carga y los víveres, con lo que se ve obligado a pernoctar en la Venta Quemada, famosa en la región por ser escenario de extrañas y fantasmagóricas apariciones. Esa misma jornada, tras las campanadas anunciadoras de la medianoche, Alfonso encuentra servida una cena en la venta, y poco después aparecen un par de mujeres musulmanas que dicen ser sus primas, quienes le obsequian una serie de historias extravagantes, promesas de aventuras eróticas con ambas y riquezas casi infinitas en caso de que abjure del cristianismo para abrazar la religión de Mahoma. Al día siguiente Alfonso despertará entre los feos cadáveres de los hermanos Zoto, dos presuntos ladrones que, según la leyenda, murieron ahorcados injustamente y que por eso mismo se «vengan» con sus apariciones con cualquier mortal que pernocte en la Venta Quemada.

A partir de ese cabo, la historia de Alfonso van Worden se verá trenzada con otras historias a la manera de Las mil y una noches, historias que eclosionan de otras historias, y tópicos que recorren las narración gótica, los viajes por mares y tierras de varios continentes, las aventuras eróticas, los deseos inexorables, las paradojas filosóficas, los entresijos de las tres religiones monoteístas, las ironías del destino, los personajes picarescos u obsesivos —entre los que aparece el propio Satanás—, fieles o cobardes, las tragedias, las farsas, las venganzas o reivindicaciones, hasta que, tras sesenta y una jornadas transcurridas entre los vericuetos secretos de una Sierra Morena fantástica, Alfonso conocerá por completo los enigmas de los Gomélez (su propio linaje), de varias de las personas que se cruzan «azarosamente» en su camino, e incluso de los enigmas que lo retendrán todos esos días en los rincones más extraños de la Sierra Morena.

Esto al menos en la versión de 1810. El conde Jan Potocki había escrito en 1804 una versión de Manuscrito encontrado en Zaragoza que quedaba inconclusa y que, empero, es la primera que vio la luz en 1847 tras innumerables peregrinajes y plagios de algunos fragmentos, ya que se confiaba en que nunca se sabría a ciencia cierta quién había sido el autor. A juzgar por la edición de Acantilado, ambas versiones tienen grandes diferencias además de la falta de conclusión de la de 1804, ya que, según apuntan en su estudio crítico François Rosset y Dominique Triaire, en la versión de 1810 el lenguaje es más pulcro, aunque también más eufemístico cuando se describen las escenas eróticas, hay historias que mutan su trama o que de plano no fueron incluidas (como la del Judío Errante, que en la versión de 1804 es bastante protagónica), por lo que al final resultan dos novelas distintas, aunque «hermanadas» por el proceso creativo de Potocki.

Los propios François Rosset y Dominique Triaire consideran a Manuscrito encontrado en Zaragoza como la última novela del Siglo de las Luces (o la primera del siglo XIX), debido a que el conde Potocki aún aglomeraba ese saber intelectual que resultó característico en la Europa del siglo XVIII (viajero infatigable, observador minucioso de otras culturas, amante de las ciencias, las religiones, los saberes ocultos), y a que la obra en sí misma aglomera las tendencias de la época, aunque al mismo tiempo —y pese a ser considerada por muchos como una novela sólo fantástica—, anticipa a la novela realista y romántica. En cualquier caso, y sin tomar demasiado en serio las etiquetas que muchos se empeñen por colocarle, Manuscrito encontrado en Zaragoza es uno de esos libros imprescindibles en la biblioteca de cualquier lector avezado. Y aunque su fama tendría que ser mayor de la que actualmente goza, no vale mucho la pena preocuparse por eso: ahora que está recuperada la versión final de Potocki, será sólo una cuestión de tiempo para que ocupe el lugar que le corresponde en la escena de la literatura universal.

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